Luís Miguel Guerra es profesor, historiador, novelista y secretario de Formación del PSC de Barcelona. También es miembro del Comité de Redacción de l’Endavant!
No era cosa de España. El fraude electoral ha existido en todos los países y en todas las democracias. ¿La cosa ha mejorado? Es innegable que sí, ya nadie puede meter la mano en la urna y ya se vio que los intentos de Trump o Bolsonaro por invalidar las elecciones no prosperaron, algaradas incluidas.
Cada país desarrolló su propia forma de manipulación electoral aún cuando las similitudes son evidentes. En España tenemos la figura del cacique, hombre influyente al servicio del partido que compraba votos u organizaba la contienda electoral en la que nunca había sorpresa. El siglo XIX nacional fue muy fructífero en la creación de artimañas, compra de votos, amenazas veladas o sin velar, votos de muertos, votos de ausentes, corrección de datos, urnas llenas antes de la votación o, si la cosa llegaba a mayores, la partida de la porra, grupos de energúmenos que a base, como su nombre indica, de porrazos en las cabezas y en las urnas provocaban la anulación del colegio díscolo.
Hay costumbres que son muy difíciles de desarraigar, y el caciquismo nacional es una. Este próximo domingo hay elecciones en Galicia. Ya hemos visto a gente de a pie de la Xunta repartiendo votos de PP, la cuestión del “acarreo”, que es como se llama a llevar a votar a personas con el pertinente voto en la mano. En esto las monjitas de los centros de mayores son buenas conocedoras, ni el clero se salva. Ayudar al prójimo se llama. Y es más: el PP no disimula y en su anuncio de campaña se ve al candidato Rueda “acarreando” gente en un autocar mientras sonríen viendo carteles como el de “me gusta la fruta”. ¿Y el voto por correo? Cuántas veces se ha hablado de los desplazados y las sacas de votos que llegaban a los colegios y que, en un inmensa mayoría, caían del lado popular.
Leo que la fiscalía anticorrupción ve pruebas irrevocables de que el PP manipuló dos comicios electorales en Valencia. Veremos a ver que pasa en Galicia, pero lo que sí es seguro es que la cabra tira al monte y el PP no puede olvidar sus raíces… y mucho menos su tronco y sus ramas.