Arnau Ramírez és diputat socialista al Congrés i secretari de LGTBI de la Comissió Executiva del PSC.

Esta semana el Congreso de los Diputados ha acogido la que, sin duda, ha sido una de sus sesiones más surrealistas y poco edificantes.

VOX cumplió con su amenaza y presentó una moción de censura con el excomunista Ramón Tamames, como candidato a la presidencia del Gobierno. Sin tirar del manual del perfecto narcisista, sería difícil predecir por qué alguien como Don Ramón aceptó tan curiosa propuesta. Menos sorprendente es que el grupo de la ultraderecha haya decidido utilizar a su antojo, en su batalla con el PP por el espacio político de la derecha y más allá, una institución tan importante como el Congreso mediante una herramienta constitucional, como lo es la moción de censura. Ahí demuestran el nulo respeto por las instituciones de su país, que tanto dicen querer y defender.

Desde el primer minuto del debate, vimos a un candidato sin ganas de nada, riñendo a los demás y que no fue capaz de hacer una sola propuesta. Solo reproches y críticas. La moción de censura se convirtió en una moción de tierra quemada, sin otro objetivo que utilizar el foco para hacerse ver.

En este contexto, el PP jugó un triste papel. Vimos a un PP de perfil y sin proyecto y a un ausente Feijóo, que ni siquiera se dignó a venir a la sesión. El PP, lejos de marcar su posición y alejarse del espectáculo escenificado por la ultraderecha, se abstuvo en la votación de la moción, demostrando con su “ni sí ni no” que cada vez están más cerca de los de Abascal. Quizás lo más relevante de esta semana haya sido la constatación de que el futuro del PP está atado a VOX. Porque Feijóo sabe que sin VOX no llegará nunca a la Moncloa. Y su hermanamiento de intereses ha quedado sellado en el transcurso de esta moción.

El futuro de España pasa sólo por dos posibilidades. O un gobierno progresista liderado por Pedro Sánchez o un gobierno ultra de PP y VOX.