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¿Qué es la igualdad? – Unzalu, A. (Pensament Socialista, junio 2021)

6 juliol 2021

¿Qué es la igualdad? – Unzalu, A. (Pensament Socialista,  junio 2021)
Andoni Unzalu nos propone una introducción actual y rigurosa al concepto clave del pensamiento socialista.

¿Qué es la igualdad? – Si quieres ayudar a los pobres, procura que no haya pobres – Unzalu, A. (Pensament Socialista,  junio 2021)

Si hacemos a bote pronto esa pregunta, la respuesta más plausible será una tautología, “Qué va a ser, pues eso, la igualdad”, nos responderán como si la mera pregunta fuera una impertinencia y la respuesta unívoca y clara. Y sin embargo no es tan fácil. Si preguntamos si estamos a favor de la igualdad, la mera pregunta molesta a la mayoría, pues claro que sí, como si la igualdad fuera un valor ético incrustado en la propia naturaleza humana. ¿Está usted de acuerdo en que todos debemos cobrar exactamente el mismo salario o vivir en unas casas clonadas, iguales para todos? Y aquí se empieza a ver la complejidad del asunto.

En contra de lo que nos podemos imaginar, la igualdad ha tenido muy mala prensa a lo largo de la historia. Ninguna cultura política la ha defendido hasta la llegada de la Ilustración. Pero, ¿de verdad, somos todas las personas iguales? Toda la antigüedad te contestará que no, y que por eso organizaban sociedades estamentales. Se basaban en que las personas eran diferentes en origen. Los modernos antiigualitarios te dirán que cada persona es diferente y que, además, creamos más desigualdad porque cada persona hace esfuerzos diferentes, unos más y otros menos, y que esa desigualdad producida es justa.

La igualdad de todas las personas no es nada natural, al contrario, por ser antinatural es lo que nos hace más humanos, es decir, que nos aleja del estadio de naturaleza.

Desde la antigüedad cada persona nacía dentro de una categoría concreta de la que no podía escapar, un estamento y una religión.

Para defender el hecho mismo de la igualdad hace falta primero crear una categoría universal en la que participen todos los seres humanos, y hay dos hitos importantes. El primero es el de San Pablo cuando afirmó “ya no hay judíos ni gentiles, todos somos hijos del mismo Dios”. Es la primera vez que se afirma algo así, al menos en el ámbito religioso, por eso el cristianismo es una religión universal y universalista.

El segundo hito se produce 18 siglos después, con la Declaración de Independencia en EE. UU., al afirmar que todos los hombres nacemos iguales y tenemos unos derechos inalienables.

El primero reivindicaba una única religión para todas las personas, el segundo la igual política de todos.

Es verdad que la declaración americana esconde una trampa, en ese “todos” no entran los negros ni las mujeres. Pero lo importante es que crea una categoría universal de igualdad, después vendrán las luchas para lograr que esa afirmación fuera universal, que cupieran todas las personas.

La igualdad de todas las personas no es algo descriptivo de la realidad sino un imperativo moral que funcionará en el futuro como objetivo propositivo que regula las normas de convivencia.

Los antiigualitarios parten de dos premisas básicas: las personas no somos iguales, pero en las democracias liberales hay un suelo común de igualdad política para todos.

Y dentro de la afirmación de que somos diferentes afirma “Tratar de forma igual a personas o colectivos que son desiguales es, en sí mismo, una desigualdad”. Y, la verdad, parece tener sentido la afirmación, ¿si dos colectivos son diferentes por qué hay que tratarles exactamente igual? Te dirán, ¿la sociedad tiene que compensar de forma igual a una investigadora brillante que aporta nuevos inventos que a una limpiadora que hace su trabajo? Pero tiene trampa porque la pregunta es: ¿Quién define los diferentes colectivos y sus necesidades? Y además, si afirmamos que hay que tratar de forma diferente a los diferentes entramos en camino de grupos y subgrupos que al final terminamos dividiendo la sociedad en tantos grupos como personas.

Cuando se acepta como criterio tratar diferente a los diferentes siempre se termina utilizándolo para justificar los privilegios. El criterio de trato diferente a los diferentes solo se debe utilizar para ayudar a los más necesitados (enfermos, familias sin ningún recurso, etc.), pero nunca para justificar privilegios.

El gran truco de los antiigualitarios es la responsabilidad personal; te dirán: aquí todos somos iguales, tus decisiones y tu esfuerzo son los que van a marcar y condicionar tu futuro. Si no te esfuerzas, serás pobre. Me acuerdo que el gobierno de Rajoy, en el peor momento y mayor desempleo de la crisis anterior, decidió reducir las cuantías y la duración del subsidio de desempleo y lo justificó así, “si los parados ven que tienen menos subsidios harán mayor esfuerzo para buscar trabajo”. Mire, señor Rajoy, yo le llevaría a la mitad de un desierto y quitándole la cantimplora de agua le diría: ahora creo que hará más esfuerzo en buscar agua. Y seguro que me contestaría, ¿pero cómo, si aquí no hay agua? Pero él a los parados de 2011 les pedía lo mismo. ¿Cómo iban a encontrar trabajo cuando no había ofertas de trabajo?

En las sociedades modernas, los elementos que te condicionan y las oportunidades que pudieras tener no dependen de ti.

Pero es que, además, no partimos con las mismas condiciones, es como si me pusieran a competir en una carrera de 10 km. y mi rival corre con bicicleta y yo andando, nunca le podré ganar. ¿De verdad podemos creer que un niño que nace en un barrio marginal dentro de una familia sin recursos puede competir con el hijo de una familia rica? ¿De verdad?

Esta es la gran trampa de asumir que solo la responsabilidad personal y capacidad de esfuerzo son los que determinan mi futuro.

Y surge el eterno debate de qué igualdad defendemos los socialistas, la igualdad de llegada o la igualdad de salida.

La igualdad de llegada quiere decir que entre todos hacemos una gran tarta y el Estado, que es el encargado, reparte un trocito exactamente igual para todos, independientemente de nuestros méritos o deméritos y necesidades. Los socialistas no defendemos esta igualdad de llegada porque termina anulando toda iniciativa y esfuerzo de las personas o grupos (y también, termina corrompiendo al encargado que se queda con raciones extra para él y sus amigos).

¿Los socialistas defienden la igualdad de salida? Sí. Pensamos que existe la responsabilidad personal y el esfuerzo debe ser premiado, pero garantizando las mismas reglas para todos al comenzar la carrera de la vida. No somos tan utópicos como para pensar que esta igualdad de salida será perfecta, pero defendemos que hay que garantizar unos mínimos que hagan posible la competencia entre personas.

Durante el Estado de bienestar que se construyó después de la II Guerra Mundial este fue el objetivo, crear un modelo social en el que se garantizaran unos mínimos para todos.

Se pensaba, con acierto, que los elementos básicos para lograr este objetivo eran los siguientes: la sanidad pública, la educación pública, los subsidios de desempleo y las pensiones de jubilación.

Esta era la estructura del Estado de bienestar y fue un éxito increíble, nunca en la historia en tan poco tiempo dejaron de ser pobres tantos millones de personas, nunca en la historia la sociedad fue tan permeable, nunca los pobres tuvieron tantas oportunidades de ascenso social.

Hoy a esa época le llamamos con nostalgia “los treinta gloriosos” (1945-1975).

Pero llegaron los alegres chicos de Chicago y pusieron todo patas arriba. Desde los ochenta no deja de aumentar la desigualdad y subir la pobreza de las personas que están en los peldaños más bajos de la sociedad. Un aumento de la desigualdad que en la última década se ha disparado de forma vertiginosa y que ha sacudido también a las clases medias, haciéndoles bajar un peldaño social.

La gran traición

Entre los alegres chicos de Chicago había muchos que habían cruzado los puentes que les permitieron subir en la escala social, pero una vez en el otro lado cortaron los puentes. Empezaron a proclamar que habían subido por méritos propios, gracias a su esfuerzo, que esos puentes que permitían el ascenso social ya no eran necesarios. Los que no tuvieron que cruzar ningún puente, porque siempre habían estado en los puestos más altos, no se lo podían creer: de repente un montón de gente apoyaba sus pretensiones.

E inventaron la meritocracia como único mago del ascenso social. De aquí le viene la mala prensa a la meritocracia entre las personas de izquierdas. Los que justificaban su posición por la meritocracia – “estamos aquí porque nos lo hemos ganado, hemos subido aquí por nuestro esfuerzo, esfuérzate más y subirás a donde estamos”- no decían que habían cortado los puentes, que ellos subieron porque con los impuestos de los trabajadores el Estado pagó su salud, pagó sus estudios universitarios e invirtió mucho dinero en infraestructuras de todo tipo que ellos utilizaban.

Lo primero que hicieron fue proclamar que la economía no tenía nada que ver con la política ni con la administración pública: “La economía no tiene valores morales o éticos, es una ciencia autónoma, como la física. ¿La ley de la gravedad tiene valores morales?, no, ¿verdad? Pues, con la oferta y demanda es igual, son leyes sin voluntad moral, la economía es así. Es hora de que la política y el Estado lo deje en paz”.

Decían que el Estado era un mal gestor lleno de burócratas vagos y altos sueldos.

Decían que tu dinero está mejor en tu bolsillo que en manos del Estado.

Decían que el gobierno no crea puestos de trabajo, son los empresarios los que los crean.

Nos terminamos creyendo todas sus falacias, una a una, también la izquierda. Comenzaron a bajar los impuestos de las rentas altas y las del capital, mientras crecieron los impuestos indirectos que pagaban los de los niveles bajos. Lograron un milagro: las rentas del capital, en la actualidad han dejado de pagar, solo se pagan los impuestos de las rentas del trabajo, el resto es marginal.

Se empezaron a privatizar todos los bienes y muchos servicios públicos, hasta descapitalizar por completo los bienes públicos.

No es verdad que el poder de las finanzas es el resultado de la globalización, comenzó antes, dentro de los estados nacionales, y en la globalización encontró su mayor impulso.

Esto es así porque después de la primera traición afirmando la autonomía de la economía vino una segunda traición: la dimisión de la política.

Una dimisión a la que se apuntaron con entusiasmo todas las corrientes políticas, también la socialdemocracia.

Y comenzó la moda de decir que la igualdad reducía la libertad. Así se justificaba la bajada de impuestos y de otra cosa de no menor importancia: además de la libertad de las personas se comenzó a defender la libertad de las empresas. “Las empresas deben ser libres y autónomas, el Estado no debe involucrarse en sus actividades”. La conclusión fue desregular los mercados, especialmente los financieros, y comenzar un ataque sin cuartel contra la negociación colectiva y los sindicatos.

Y se nos olvidaron dos principios básicos: sin leyes y normas no existe la libertad, Cicerón lo resumió muy bien: “Ser siervos de la ley nos hace libres”. Y el segundo principio, para garantizar el libre mercado, la libre concurrencia de agentes económicos, es necesario, igualmente, regularlo. Las normas comunes son las que garantizan la libertad de mercado y la concurrencia justa.

La consecuencia fue que el Estado se hizo a un lado, dimitió y dejó sueltos a los perros de las finanzas. ¡Cuántas veces hemos oído la afirmación quejosa de impotencia diciendo eso no lo podemos hacer, eso está fuera del alcance de la política! Nos gustaría hacer, pero no podemos.

Casi todo el mundo cayó en la trampa, ya hemos visto lo que ha pasado en las crisis profundas generadas por este capitalismo financiero salvaje. Y sí, entonces los neoliberales que defendían la no intervención del Estado en la economía piden enormes rescates desde los poderes públicos para tapar los agujeros que ellos habían provocado.

Los neoliberales siempre han hecho una apuesta ganadora para sus intereses, si hay beneficios, gano yo, si hay pérdidas pagas tú.

El primer principio básico de lo político es la afirmación de que no hay ningún poder por encima de la soberanía ciudadana. Si entendemos lo político como forma de articular y materializar la soberanía ciudadana, debemos afirmar que ningún poder puede estar fuera del control de la política.

La experiencia de las últimas tres o cuatro décadas nos ha dejado claro que la política no es ya el poder que controla todos los poderes.

Perdiendo el control de lo económico, de la capacidad de decidir el futuro económico de sus países la política había traicionado su propia esencia, es decir, representar el poder soberano de toda la ciudadanía, sometiéndose en lo económico a las decisiones ajenas a las instituciones públicas y a la voluntad popular.

Frente a unos estados que se manifiestan impotentes para solucionar los problemas de la gente, no es de extrañar que surgieran movimientos populistas que defienden recuperar el poder, recuperar el estado fuerte.

Y así comienza la carrera de la desigualdad creando enormes bolsas de personas marginadas.

Los neoliberales seguían defendiendo el estado pequeño y la desregulación. La socialdemocracia inició unas políticas de estado grande con recursos de estado mínimo y se convirtió en costurera que intentaba arreglar con retales los jirones de la desigualdad.

Y se comenzó a sectorizar, en la actualidad hasta el surrealismo a veces, las ayudas. Se personalizaron cada vez más las ayudas públicas, creando una estructura normativa y burocrática terriblemente compleja, que muchas veces la misma estructura es en gran medida la que devora los recursos.

Antes sabíamos qué era ser pobre y qué no. Hoy ya tenemos catalogados infinidad de tipos de pobreza diferentes, con sistema de ayudas para cada uno. Cuando los liberales denuncian que estas ayudas segmentadas reducen la autonomía personal, tienen razón.

Ese sistema de ayudas, que tiene más condicionantes de marcadores de marginalidad para los receptores de lo que parece, nunca va a ser una solución a la desigualdad. Pero para los más progres se ha iniciado una competición para definir unos nichos de pobreza y crear una nueva línea de ayudas.

Estamos llegando a unos niveles de desigualdad inimaginables hace 40 años y que pueden producir una explosión social.

Cuando en otoño salgamos de la pandemia iremos viendo las ruinas de la igualdad. Las personas mayores de 50 años van a estar en una permanente incertidumbre, y si tienen la desgracia de ir al desempleo caen directamente al peor infierno, no van a encontrar trabajo y, además, verán que se les evapora la posibilidad de una pensión decente.

Y los jóvenes con un paro insoportable del 40 % quedarán expulsados de la sociedad a sus márgenes más precarios.

Lo peor es que esta desigualdad insoportable no es consecuencia de la pandemia, no, al menos, principalmente.

¿Frente a esta situación tan dramática qué podemos hacer?

Lo primero, recuperar el poder de la política; el Estado no es el problema, es la solución.

Las democracias que conocemos regulan, o pueden regular, actividades dentro de su propio ámbito espacial, pero el estado nacional no tiene recursos ni instrumentos para hacer frente a otras fuerzas que no están sujetas a las limitaciones de ámbitos nacionales.

Frente a esta economía global, algunos han propugnado la gobernanza mundial, un único poder político para hacer frente al poder económico.

Suena bien, pero no podemos ser tan ingenuos, hoy por hoy, eso es imposible.

Está claro que los estados nacionales son insuficientes. En Europa estamos construyendo un experimento muy interesante, la creación de la Unión Europea. Aunque en origen es el deseo de garantizar la paz en el continente europeo después de medio siglo XX terrible, hoy tiene otra función. No es la unificación de estados nacionales, sino un proceso de creación de nuevas estructuras políticas conjuntas para hacer frente al mundo moderno.

Pero con la crisis del 2008 hemos vivido los países del Mediterráneo una paradoja cruel con respecto a la UE. En vez de servir para hacer frente a la crisis, supuso una mordaza a la autonomía económica de los estados y la imposición de medidas que han agravado la desigualdad entre ciudadanos y estados.

En esos años dolorosos la Unión Europea no fue nuestra aliada en la desgracia, sino nuestro adversario.

El Estado y las políticas públicas son la materialización de la voluntad popular. Ningún poder puede estar fuera de su ámbito de competencia.

Redefinir la economía

La economía no es el resultado misterioso de unos agentes que no controlamos. La economía en su conjunto es la suma de actividades de la ciudadanía que funciona con reglas consensuadas por todos. La economía en su aspecto material (el del reparto de la riqueza), es el resultado de esas normas que sí tienen elementos de ética y de justicia (o no). Pero no existen normas neutras.

No existe la posibilidad de crear riqueza de forma individual o privada, la actividad que genera riqueza es, por su naturaleza, algo colectivo en el que participamos todos, y muy especialmente el Estado. La economía no es la suma de las riquezas individuales, al revés, las riquezas individuales son el resultado de aplicar ciertas normas (en la actualidad dramáticamente injustas) a la riqueza colectiva.

La soberanía popular, materializada en las instituciones y políticas públicas, es la que debe marcar las reglas que definirán la participación y el reparto de la riqueza colectiva.

Recuperar la función económica de las administraciones públicas

El diseñar estrategias de crecimiento futuro y canalizar las inversiones colectivas debe volver a ser una tarea principalísima de las administraciones públicas.

El estado asistencial, que prima en la actualidad, se extingue en sí mismo, como estamos viendo. Un estado que no controle y fomente por sí mismo la creación de riqueza es como una persona sin recurso que quiere mejorar la sociedad.

Una función muy especial del estado moderno es garantizar el pleno empleo.

En la actualidad se cree que el nivel de empleo es una consecuencia de las actividades económicas. No entra en el catálogo de objetivos directos de un Estado.

El pleno empleo en los 30 gloriosos era el objetivo principal de las políticas públicas. El estado debe luchar de nuevo por este objetivo sin dejar exclusivamente en manos privadas la creación de empleo. Crear empleo es acción legítima de los estados y crearlo de forma directa también cuando sea necesario y la oferta privada se contrae.

En nuestro caso es, además, un mandato constitucional. Yo recomiendo leer de forma reiterada el artículo 148:

1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.

2. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.

Si quieres ayudar a los pobres, procura que no los haya. Esta debe ser la máxima para fomentar la igualdad ciudadana. Para conseguirlo propongo invertir, invertir e invertir en economía. No es necesario perdernos en debates infinitos sobre tipos de ayuda, de renta universal o herencia pública.

La función del estado es garantizar un salario decente a todos, no repartir caridad.

Andoni Unzalu Garaigordobil. Nacido en Abadiano, Vizcaya, en 1956 en un entorno nacionalista, se distancia del PNV en tiempos del lehendakari Ibarretxe para vincularse al colectivo Aldaketa (Cambio) presidido por el antiguo dirigente del PNV y ex consejero de Cultura vasco, Joseba Arregi, que propone la necesidad de una alternativa al nacionalismo vasco. Más tarde, se acerca al PSE como independiente y es elegido parlamentario vasco.

Sobre él recae el peso de la política comunicativa del lehendakari Patxi López al frente del Gobierno vasco (2009-2012), a la vez que es nombrado secretario general de Lehendakaritza durante el Gobierno socialista y, posteriormente, asesor de López en su etapa como presidente del Congreso de los Diputados. Es una de las voces más destacadas en el debate público y político de los últimos años en el País Vasco, que no rehuye nunca el debate de las ideas en todo tipo de medios, por muy incómodo que a veces pueda resultar. Es autor de las siguientes obras:  Ideas o Creencias. Conversaciones con un nacionalista (Ed. Los Libros de la Catarata, 2018) y Momentos estelares de la historia del socialismo (Ed. Los Libros de la Catarata, 2019)