En este artículo escrito por Olivier Blanchard y Ángel Ubide, nos podemos hacer una idea de las respuestas que ofrece el “Informe Draghi” respecto a la competitividad económica de la Unión Europea. Pero quizás son más interesantes incluso las preguntas que quedan por contestar y las reflexiones que podemos sacar si pensamos en la historia reciente de nuestro país.
El titular más importante que podemos sacar del artículo (y por ende del informe) es que la Unión Europea juega en desventaja si nos comparamos con Estados Unidos. Se apunta a menudo a la menor competitividad y gran fragmentación de la Unión como orígenes, pero los autores apuntan más hacia la falta de productividad.
A modo de clarificación, la productividad es usualmente confundida. En términos económicos, la productividad no se refiere a la capacidad de trabajar de forma eficiente o de completar muchas tareas en un tiempo reducido. La productividad es la cantidad de capital generado por horas invertidas para hacerlo. Por lo tanto, básicamente, no por completar gran cantidad de tareas se es muy productivo, en cambio, completar un objetivo en tu puesto de trabajo, pero que este tenga una gran repercusión económica, sí que sería indicativo de gran productividad.
Si bien los autores del artículo ven con optimismo las cifras de crecimiento relativo de la renta per cápita y del crecimiento interanual de la Unión Europea, quisiera comentar elementos quizás más abstractos que se escapan del análisis de las cifras económicas mencionadas en el informe Draghi.
Es cierto que, en términos relativos, la economía de la Unión Europea no es tan dispar a la de los EE. UU., pero esto repercute a lo largo de los años y las décadas en una situación en la que la UE queda rezagada porque no es capaz de marcar el ritmo de la partida. La casa siempre gana, y en la macroeconomía global, quienes dictan las reglas están al otro lado del Atlántico.
La situación de la UE requiere balancear multiplicidad de intereses (muchas veces contrapuestos) no solamente entre países, sino entre partidos. En el país de las oportunidades cierto es que los estados muchas veces tienen legislaciones diversas o gobernadores enemistados entre sí, pero la política nacional la marca un solo gobierno central. La Comisión Europea está muy lejos de ser capaz de aunar los intereses de la Unión, pues son eso, intereses. En plural.
Washington tiene un objetivo. Este puede cambiar dependiendo de quién gobierne, pero el objetivo de crecimiento de los Estados Unidos es uno solo (en cada una de sus áreas de competencia, evidentemente). En la UE, en cambio, no hay una línea política definida que sea capaz de dejar de lado el “barrer pa’ casa”. Esto no es necesariamente malo, en absoluto, pues garantiza la protección de los derechos de cada una de las naciones, pero supone sacrificios. Evidentemente que unos estados se benefician más o menos de ciertas políticas del gobierno estadounidense, pero alcanzar un equilibrio es mucho más sencillo que en Europa.
En el viejo continente debemos asumir que, si queremos seguir viviendo en esta tacita de plata, en la que respetamos los derechos fundamentales de la población, no introducimos magnates en los gobiernos que activamente censuran la libertad de expresión o en la que intentamos —en mayor o menor medida— proteger el medioambiente, tenemos que estar dispuestos a hacer sacrificios. Sacrificios en materia de eficiencia legislativa, regulación de lo que permitimos que se ponga en las estanterías de los supermercados o sacrificios en tecnología a cambio de proteger nuestra privacidad. En lo personal, estoy dispuesto a hacer esos sacrificios. Es complicado de asumir, y el coste político puede ser elevado, pero la protección ante el neoliberalismo salvaje es lo que nos permite vivir en la Unión Europea.
El artículo plantea preguntas acertadas al informe Draghi, pero el crecimiento económico y la convergencia macroeconómica con los Estados Unidos no es un bien en sí mismo. La productividad ha de ser una palanca que nos propulse hacia compromisos sociales, que blinde nuestros estados del bienestar (ausentes al otro lado del océano). Quizás no somos tan competitivos, o quizás las tecnológicas no tienen veda abierta para desarrollarse en la UE, pero los sacrificios en materia de competitividad económica nos han permitido gozar de mayor protección de nuestros sistemas sanitarios o de pensiones. No quiero pecar de optimismo, pero si la desregulación americana ha permitido mantener su pseudónimo de “la tierra de las oportunidades”, los delicados equilibrios políticos, económicos y regulatorios que desde 1957 hemos generado entre todos los países miembros ha convertido a la Unión Europea en “la tierra de las garantías”.
F.A.