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“A vueltas con Cánovas”. Por Luís Miguel Guerra.

28 març 2023

"A vueltas con Cánovas"
Luís Miguel Guerra es historiador, novelista y secretario de Formación de la federación del PSC de Barcelona y miembro del Comité de Redacción de l’Endavant!.  

 

Hace unos días escuché a un político conservador un discurso conciliador o, algunos dirían, de buen rollo. Claro está que se trataba de una inauguración en la calle y, por lo tanto, de un acto amable sin más pretensión que agradar a todo el personal que allí asistió. Sin embargo, dijo algo que me llamó la atención. Consideraba que, en la historia de España contemporánea, dos momentos de renuncia y pacto habían sido los que habían generado las mejores etapas. Obviamente mencionó la Transición, pero después se fue lejos, nada más y nada menos que hasta 1875, cuando Cánovas del Castillo se convirtió en presidente del gobierno diseñando el sistema llamado de la Restauración, algo nada desdeñable, ya que perduró hasta 1931. Adujo que el político malagueño había pactado con su contrario y no con los suyos, gran renuncia, y que el fruto de aquello fue la constitución de 1876, que glosó convenientemente como la más longeva de la historia de España, cierto, y de innegables virtudes.

Supongo que el orador había acudido a eso que llaman un buen colegio, incluso podría decir que, por lo escuchado, de una zona muy determinada de Madrid, donde parece ser anida una entusiasta pléyade de estudiantes admiradores fervientes de Cánovas. Y no se trata de ningún sarcasmo, sino de una realidad constatada con colegas de la capital. Existe un grupo de jóvenes que jalea al que bautizan como padre del conservadurismo español y, supongo, menosprecian a Azaña y no digamos si les mientan a bichas tales como Largo Caballero o Indalecio Prieto.

Cada uno puede tener los referentes que se quiera, faltaría más, pero escuchando aquello volvió a ponerse de manifiesto lo fácil que es manipular los hechos del pasado y utilizarlos en provecho propio para justificar los bienes presentes, en una especie de imparable subida a los cielos, siempre que se haga lo correcto, por supuesto, y no se deje a cualquiera tomar decisiones y caminos erróneos, que suelen ser los que se salen del carril derecho.

Este mes de febrero se ha cumplido el 150 aniversario de la proclamación de la Primera República, hecho que ha pasado sin pena ni gloria, más allá de alguna charla o alguna pequeña exposición aquí y allá. La imagen de aquel régimen, incluidos libros de texto escolar actuales, es el del caos, la improvisación, el enfrentamiento y, por lo tanto, la necesidad imperiosa de que alguien impusiera el orden. Orden que llegó en forma de golpe de estado y monarquía restaurada con Cánovas construyendo un sistema político, según parece ser, sobre el sacrificio, la renuncia y sentido de estado que llevó a España por la senda de la modernidad respetando las raíces de la nación.

“Manca finezza” dicen en Italia… y hay mucho presentismo, vicio que corrompe el discurso histórico y más si se hace de manera interesada. En resumen se trata de la historiografía franquista, incluso una menos virulenta, la monárquica. Presentar la Primera como caótica y su inevitable fin es también señalar a la Segunda y su otro fin, por todos conocido. ¿Qué se podía esperar de un experimento fallido que iba contra la esencia de España? En cambio las etapas de orden implican eso, orden, que se asocia a paz y prosperidad. La monarquía restaurada en 1874 fue tan estable y próspera como la del 1975. ¿Y en medio? Una etapa de reorientación del país que condujo a la democracia con otra restauración, esta vez anunciada. Todo lo que no sea eso…

Claro que si profundizamos un poco se puede decir tranquilamente que Cánovas, un señor al que hay que estudiar, tenía tres principios fundamentales e inamovibles: la corona, la unidad de España y el mercado. En todo lo restante era marxista… pero de Groucho, “estos son mis principios y si no le gustan tengo otros”. El pragmático por excelencia. La Restauración fue una involución democrática con respecto al sexenio anterior y, en concreto, comparada con la República de 1873. El nuevo régimen reprimió al movimiento obrero surgido de la Primera Internacional y legal antes de la llegada de Alfonso XII y el canovismo. La Constitución reconocía los derechos fundamentales pero que los sometía a leyes especiales y que derogó la de 1869, de corte progresista y democrático. El famoso pacto fue con su alter ego del espectro liberal, Práxedes M. Sagasta, estableciendo desde 1881 el turno en el poder entre ambos, amparado en unas elecciones totalmente fraudulentas y sustentadas en la burguesía más conservadora de Europa por querer ser más nobleza agraria que impulsores de la revolución liberal, el poder caciquil y el clientelismo, que lejos de disminuir con el tiempo se acrecentó. Un régimen llamado liberal en simbiosis con las oligarquías agrarias, eclesiásticas y militares, expulsando al resto de actores de la sociedad española. Una hegemonía, como ya comenté, que comienza a venirse a bajo a partir del 1898 y que se arrastra hasta 1931, cayendo estrepitosamente porque las propias criaturas de aquel régimen de orden y prosperidad se encargaron de impedir su evolución. Después, la recuperación para ellos definitiva, 1936-1939, con la victoria.

La historia como ejemplo, eso está bien, pero claro, si sólo cuentas lo que te interesa, o peor, te inventas lo que fue para justificar lo que eres… Y de “buen rollo” -y con palabras de colegio bueno- vienes a decir que ese es el camino y todo lo que hay fuera un error que conduce a la barbarie, pues terminas con un grupo de jóvenes “hooligans” canovistas en 2023.