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"Canabis: en busca de una hipótesis razonable ante una legalización plausible". Por Carlos Vivancos.

23 de enero 2023

"Canabis: en busca de una hipótesis razonable ante una legalización plausible"
Carlos Vivancos es miembro del Consejo de Redacción de l’Endavant y analista político

 

El camino hacia la legalización del consumo recreativo del cannabis en la UE parece estar cogiendo velocidad. Esta hipotética legalización, contemplada en el programa de la coalición que actualmente gobierna en la República Federal de Alemania, servirá para culminar una práctica real de descriminalización del consumo del cannabis y sus derivados que, en particular en nuestro país, ya se vive desde hace décadas.

Al hablar de “legalización del consumo recreativo” no pienso que ni el cannabis ni sus derivados deban perder la calidad de sustancias de venta controlada como son, en la actualidad, las bebidas alcohólicas, el tabaco o los medicamentos.

Además de los alimentos, los humanos consumimos otras sustancias con fines que hoy llamamos recreativos y que, probablemente, en un pasado remoto se usaban en situaciones rituales o religiosas. Éste es el caso de la cerveza, la decana de estas sustancias, de la que se han encontrado rastros de su producción y consumo en Göbekli Tepe, un yacimiento arqueológico ubicado en la parte norte de la Mesopotamia y que se originó hace unos 11.500 años para servir de centro de reunión y de prácticas rituales. Del vino, la segunda más antigua de las que seguimos usando, las trazas más antiguas nos transportan a Georgia, en la región del Cáucaso, hace unos 8.000 años. El opio lo utilizamos en el Mediterráneo desde el Neolítico, unos 7.000 años atrás, para usos medicinales y ceremoniales. Pero de esta sustancia ya hablaremos en otra ocasión. El cannabis (conocido tradicionalmente como cáñamo), lo cultivamos desde hace milenios pero sólo hay evidencias de su consumo ritual en asentamientos humanos del Pamir, en la meseta de Asia Central, que datan de 2.500 años atrás.

Nos encontramos frente a sustancias que nos han acompañado durante la mayor parte del tiempo que conocemos como Historia. Y a lo largo de este período, las diversas sustancias mencionadas han tenido un estatus social, jurídico y fiscal que ha ido cambiando a lo largo de los tiempos y de las diferentes regiones y sociedades de nuestro planeta.

Hoy en día la cerveza, excepto en los países donde se aplica Sharia, es una bebida de venta libre en la que sólo se acostumbra a limitar la venta a los menores de edad. El vino, sufre algunas limitaciones más pero todavía se puede publicitar libremente en la mayor parte de los países donde su venta es legal. Los destilados alcohólicos, a pesar de tener su venta más controlada y su consumo, en algunos países, acotado en horarios y lugares públicos, suele distinguirse del vino sobre todo por que paga más impuestos y en la mayor parte de países donde se pueden comprar se ha restringido su publicidad.

Antes de la situación actual de estas sustancias, que tienen en común un contenido variable de alcohol metílico, el recorrido histórico de las mismas ha estado lleno de altibajos y de idas y venidas en cuanto a la legalidad de su consumo ya condiciones de su venta. Para no alargarnos en esta descripción, sólo recordar la etapa conocida como “la Prohibición”, establecida en EE.UU. entre 1919 y 1933. Este período de ilegalización absoluta de la venta y consumo de alcohol en Estados Unidos ha dado suficiente material en la cultura popular como para que sepamos a ciencia cierta tres cosas:

  • "la Prohibición" no acabó con el consumo de alcohol. Al contrario, al convertir su consumo en un acto de desafío, se convirtió en un ritual social ampliamente aceptado.
  • "la Prohibición" facilitó la creación de potentes redes de crimen organizado que cubrían, abastecimiento, todo el territorio de EE.UU. Las capacidades de estas redes (logísticas, económicas y operativas) se desviaron hacia otras actividades, igualmente lucrativas (y la mayoría de ellas también ilegales), a partir de 1933.
  • Los costes para la sociedad estadounidense y el erario público de EE.UU. fueron bastante onerosos. La necesidad de contratar a más policías y de construir (y mantener) nuevas prisiones además de la pérdida en la recaudación de impuestos por la enorme economía sumergida que creó “la Prohibición”, han sido objeto de numerosos estudios.

Como anécdota, en 1937 el Congreso de EE.UU. aprobó la “Marihuana Tax Act”, para cobrar impuestos sobre determinadas transacciones de marihuana en el interior de Estados Unidos. Esta ley fue derogada en 1969.

Cuando abordamos el debate sobre la hipotética legalización del consumo recreativo del cannabis sería bueno que no perdamos de vista estos resultados.

En el seno de la Unión Europea convivimos, desde hace varias décadas, con los famosos “coffee-shops” de Ámsterdam donde se podía (se puede) comprar numerosas variedades de cannabis y de sus derivados (polen, resina, aceites, kiff…) o con la tolerancia vivida en nuestras tierras desde hace tiempo, cuando se despenalizó la posesión de pequeñas cantidades de cannabis considerando que eran para el autoconsumo. Este camino nos ha llevado a la proliferación, en el conjunto de España y particularmente a Barcelona, ​​de numerosas “asociaciones” relacionadas con el consumo de cannabis. Además de las dudas sobre la solidez de la situación jurídica de estas entidades, de las dudas sobre la legalidad de su compraventa (¡sí, compraventa de una asociación!), y de las dudas sobre su transparencia fiscal, debemos sumar, últimamente, la llegada de nuevas variedades de cannabis que contienen proporciones de principios activos como el THC (su principal psicoactivo) o de CBD (a los que se le atribuyen efectos analgésicos) muy superiores a las variedades naturales de la marihuana. Por analogía, es como si bajo la apariencia de una cerveza (3,5º a 12º de alcohol) nos estuvieran vendiendo en realidad whisky (a partir de 40º de alcohol). Y todo esto con los correspondientes riesgos para la salud de los consumidores.

Además de las vertientes jurídicas y sanitarias nos encontramos en Cataluña, desde hace unos años, con que la necesidad de proveer de cannabis a los cientos de asociaciones cannábicas ha incentivado a la producción local de marihuana. Prácticamente no pasa una semana sin que veamos noticias del descubrimiento de plantaciones, tanto al aire libre como en interiores (en estos últimos casos, suele añadirse el robo de energía eléctrica). En productos agrícolas de tanto al valor añadido (las money crops) es habitual que sus áreas de cultivo estén protegidas por personas armadas. Esto lo hemos visto en México, Colombia, Bolivia,…y más recientemente en el Maresme, el Segrià o el Garraf. También son frecuentes noticias sobre aprensiones de grandes cantidades de cannabis cuando eran transportadas. En resumen, las fuerzas policiales europeas consideran que es en España (y particularmente en Catalunya) donde se cultiva gran parte del cannabis que ahora se consume en la UE. Por el momento, entre el cultivo, las “asociaciones” y las actividades logísticas asociadas podemos afirmar que el “sector económico” del cannabis se encuentra en plena etapa de crecimiento en nuestra región. Y esto nos está comportando numerosos problemas de seguridad pública (no podemos olvidar las muertes violentas de los últimos años asociables al cannabis), un riesgo potencial para la sanidad pública (el tema de las variedades de marihuana modificadas genéticamente para alcanzar niveles superiores al 10% de THC es realmente preocupante) y, por supuesto, un problema real de economía sumergida que comienza con la falta de transparencia fiscal de las “asociaciones” y se acaba con pinchar la red eléctrica para robar la elevada cantidad de energía que requieren las plantaciones de marihuana en su interior.

De cara a afrontar con garantías suficientes lo que parece, inevitable y razonablemente, el camino hacia una próxima legalización (que no venta sin restricciones) del cannabis y de sus derivados en el seno de la Unión Europea debemos plantearnos soluciones a los problemas que esta legalización plantea.

Uno de ellos, que no es menor, es cómo actuar ante las organizaciones criminales que hoy operan en este sector de actividad. Como ya vivieron en EE.UU., tras la prohibición, las capacidades logísticas, humanas y económicas de estas organizaciones se derivan hacia otras actividades igualmente lucrativas. También ha ocurrido en México cuando la legalización del cannabis en EEUU, iniciada en el estado de Colorado en 2010, está llevando a los carteles a centrarse en otras actividades que abastecen desde la fabricación y distribución de ketamina (un anestésico sintético de lo que se hace un uso “recreativo”) hasta el ajetreo ilegal de seres humanos a través de la frontera entre México y EEUU. Tengamos presente que la Holanda que facilitó los “coffee-shops” es llamada “narco-estado” por destacados periodistas holandeses. Algunos de ellos fueron víctimas de asesinato a manos del crimen organizado para denunciar las convivencias entre los criminales y partes del Estado neerlandés.

Si la legalización del cannabis ya está en marcha, como pienso, debemos activar tanto el debate social sobre la misma, como el debate político para articular las medidas de seguridad pública, salud pública, sociales, educativas y fiscales que permitan resolver este difícil tráfico con el máximo de garantías.