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La socialdemocracia manatada – Paramio, L. (Catarata, 2012)

2 de diciembre 2024

Ludolfo Paramio, uno de los intelectuales socialistas españoles más comprometidos de las últimas décadas, falleció hace pocos meses. Esta reseña de una de sus obras dedicadas a la reflexión sobre el socialismo democrático quiere ser el modesto homenaje de Pensamiento Socialista en su figura.

Como puede verse en su portada, el libro de Paramio La socialdemocracia manatada incluye también el subtítulo "De los orígenes y la edad de oro a la trampa de la crisis de la Eurozona". Y en este subtítulo ya podemos encontrar la intención última de la obra: buscar en la historia de la socialdemocracia las claves para comprender por qué la gran crisis del modelo neoliberal iniciada en 2007-2008, en la que todavía se encuentra inmersa Europa autor escribe el libro en 2012, pero que ya se puede analizar sobradamente, es una trampa que esposa la socialdemocracia y no permite el retorno de la hegemonía teórica y política del modelo socialdemócrata de la posguerra mundial, los llamados treinta gloriosos (1945-1973), que tanto progreso económico y tanto progreso social trajo, cuando parecería lo contrario. Una vez perfiladas estas claves, Paramio concluye su reflexión formulando la propuesta que considera esencial para a pesar de todo poder conseguir, en el nuevo contexto que describe, el triunfo político de las ideas del socialismo democrático. Una propuesta que hoy vemos muy clara, pero que hace más de diez años, en tiempos de imposiciones de austeridad y renacimiento de los populismos, no estaba ni mucho menos tan presente en los debates de la izquierda: la reformulación económica y política en términos federales de la UE.

Ludolfo Paramio sigue la historia de la socialdemocracia a partir del hilo conductor de la tesis materialista sobre la evolución del socialismo, es decir la de su vinculación directa a la aparición, expansión y declive de la clase obrera como grupo social con conciencia de sí. Para el autor, como para otros muchos, la industrialización lleva el nacimiento de la nueva clase social obrera, es decir la de los trabajadores sin oficio que, a diferencia de los artesanos, no tienen más recurso para ganarse la vida que ofrecer su fuerza de trabajo sucia. Paulatinamente ya medida que se hace más numerosa, la clase obrera toma cada vez más conciencia de su naturaleza y de su fuerza, se ubica en el contexto social y político a partir del pensamiento socialista y se organiza en sindicatos y partidos para reivindicar sus derechos y en una red de entidades contraculturales para proveerse de lo que el resto de la sociedad y el estado no le proporciona (dignidad, cultura, educación, mutualismo, solidaridad). Sin embargo, este movimiento obrero socialista está políticamente escindido en dos en función de su valoración de la democracia: los socialistas revolucionarios consideran la democracia como un engaño de la burguesía liberal para perpetuar la condición subalterna de la clase obrera, mientras los socialistas reformistas ven en el sufragio universal la mejor oportunidad para llegar al timón del estado y lograr una transformación de la sociedad que no menosprecie, segregue y discrimine a los trabajadores. Por último, a caballo de las enormes consecuencias políticas de la Primera Guerra Mundial (hundimiento de los imperios e implantación del sufragio universal, masculino primero y también femenino después, en la gran mayoría de los países occidentales, entre otros), la escisión se consuma y el movimiento socialista emprende dos caminos paralelos y cada vez más contrapuestos, el de la guía de la revolución comunista rusa y el del parlamentarismo socialdemócrata.

Tres décadas después, al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial, cuando los fascismos han quedado derrotados con enorme esfuerzo y grandísimo coste, ambos socialismos se encuentran en su punto más álgido coincidiendo con la máxima expansión en toda la clase obrera. A pesar de su totalitarismo, el Estado soviético está plenamente consolidado, cuyo crecimiento industrial y tecnológico parece imparable y con una influencia sobre el mundo incuestionable (países del este de Europa, revolución china, descolonización). A su vez, el modelo de igualdad social en condiciones de libertad que impulsa la socialdemocracia desde sus primeras experiencias de gobierno en los años treinta (principalmente en Suecia) y que confluyen con el keynesianismo del New Deal rooseveltiano en EE.UU., se impone a todos los países occidentales con un gran consenso social y político. Es el triángulo virtuoso que conforman el despliegue de los servicios públicos del estado del bienestar, como vehículo de la igualdad de oportunidades e incluso de resultados y como salario social que aumenta muy considerablemente el poder adquisitivo de las clases trabajadoras; la productividad del sistema industrial fordista que multiplica y abarata los bienes de consumo y crea multitud de puestos de trabajo en el marco de los acuerdos entre sindicatos y patronal; y la intervención directa del estado en la economía vía impuestos progresivos, empresas públicas de referencia, desarrollo de infraestructuras y regulación. Todo ello acompañado de la democratización de la información, de la cultura y de la representación social y política, de la liberalización de la moral y las costumbres y del inicio de la segunda ola del feminismo.

Sin embargo, los años 1968-1973 marcan rápidamente el fin de este período de auge. Las masivas revueltas juveniles de 1968 en el seno de los dos bloques (de París a Praga) son la muestra del rechazo de las nuevas generaciones a los modelos sociales socialdemócrata y comunista vigentes, mientras el choque petrolero de 1973 (repetido en 1979) promovido por los países de la OPEP es la primera gran señal de la entrada de la economía en un contexto radicalmente nuevo, el de la globalización (mercados globales primero y deslocalizaciones después), la financieraización (fondos soberanos provenientes del excedente petrolero primero y de la liberalización de los capitales después) y la terciarización (servicios en las empresas y turismo, sobre todo). De repente, las políticas keynesianas ya no sirven para hacer frente al nuevo escenario de estancamiento y de inflación simultáneos que trae la crisis del petróleo, los sindicatos pierden capacidad de representación y de negociación, la industria y los obreros comienzan a disminuir su peso económico y social y los mercados pasan a controlar a los gobiernos en lugar de a controlar los mercados. Tampoco la economía centralizada soviética tiene capacidad para hacer frente a los nuevos tiempos, pese a disponer de petróleo y estar a priori fuera de los mercados, ya la erosión del comunismo soviético como ideal de emancipación se suma su fracaso como fórmula de prosperidad sostenida y de acceso a los mínimos bienes de consumo.

Queda pues el terreno abonado para la reaparición en el primer plano de las tesis libre mercantilistas del siglo XIX, actualizadas bajo la etiqueta de neoliberales: reducción drástica del papel del estado y las políticas públicas, privatizaciones y liberalizaciones para estimular la competencia, bajadas de impuestos, cultura de la maximización de los beneficios y la competitividad individual… Las victorias electorales de Thatcher en Gran Bretaña el 1979 y de Reagan en EE.UU. en 1980 con programas abiertamente neoliberales certifican el cambio de paradigma y la nueva hegemonía neoliberal queda ratificada con el derrumbe de la URSS y el colapso del bloque comunista en 1989.

Las nefastas consecuencias del neoliberalismo hegemónico no tardan en llegar y ya durante los años 90 del siglo XX son muy evidentes los recortes del estado de bienestar y, por tanto, del salario social, la precarización y desigualdad con un fuerte aumento de la pobreza y las amenazas de desestabilización fruto de burbujas y crisis financieras; pero la facilidad del endeudamiento familiar y empresarial (que después arrastra a los estados) sobre la base de crédito muy barato para tener más poder adquisitivo o volumen de negocio y la reducción de los impuestos directos en todo el mundo enmascara para las clases medias los problemas de fondo . Hasta que la gran burbuja de la titularidad de las hipotecas estalla de imprevisto en 2007 y arrastra a toda la economía mundial a una gigantesca crisis financiera que rememora el grieta de 1929 (nacido de prácticas muy similares). La crisis financiera es tan potente que enseguida se convierte en económica, después social y finalmente también política, y pone en cuestión todas las instituciones públicas y privadas, desde los bancos hasta los gobiernos.

La respuesta a la gran crisis es desigual. Mientras el presidente americano B. Obama no tiene pesar en emplear de nuevo recetas keynesianas de estímulo con una fuerte intervención del Estado, la UE dominada por la ortodoxia alemana se empeña en combatir la crisis neoliberal con medidas de austeridad radical y de mayor liberalismo que aún empeoran la situación y ponen incluso en cuestión la continuidad del euro.

Es pues en base a este análisis del contexto incierto en el que se encuentra la política occidental, hecha a partir del recorrido de sus causas históricas entrelazadas con la evolución del socialismo, que Paramio aborda la respuesta a la pregunta que guía su reflexión (recordémosla: la de por qué, a pesar de que el modelo socialdemócrata había sido un enorme éxito durante treinta años como respuesta a los desastres del capitalismo y el fascismo de principios del siglo XX -causantes de dos guerras mundiales- y en 2012 tanto el modelo comunista como el modelo neoliberal han quedado ampliamente desacreditados de forma patente, el socialismo democrático no es capaz de ocupar de nuevo la hegemonía social y política).

Y la respuesta es doble. treinta gloriosos no ha vuelto automáticamente porque tres factores dificultan completamente que vuelva sin ninguna actualización:

  • Las reglas de la globalización parecen no hacer posible ya propuestas basadas en el pleno empleo o las mejoras sustantivas y continuadas de los salarios.
  • La movilidad de las bases electorales trabajadoras, debida a los nuevos valores sociales fuertemente individualistas, se suma al declive cuantitativo y cualitativo de la clase obrera industrial en la esfera política.
  • El posicionamiento tibio de la Tercera Vía durante el período de hegemonía neoliberal ha restado mucha legitimidad a la socialdemocracia, que necesita un mínimo tiempo para volver a ser creíble.

Pero, por otra parte, una actualización del modelo que vuelva a llevar una alianza mayoritaria entre las clases trabajadoras y medias y lo convierta de nuevo en hegemónico sí es posible en el nuevo contexto a partir de cuatro premisas:

  • revalorizar el valor de lo público;
  • ofrecer una nueva ampliación del estado del bienestar y, por tanto, del salario social, particularmente en los campos del transporte y la vivienda asequibles;
  • aprender a actuar ante la nueva estrategia defensiva de la derecha, laangry right;
  • y sobre todo, reubicar la soberanía de los poderes públicos en una UE de carácter federal, única forma de reubicar políticas públicas intervencionistas ya la vez controladoras de los mercados en el mundo de la globalización.

En definitiva, según Paramio, la socialdemocracia ha quedado esposada por las bases históricas de la gran crisis financiera, pero quitarse las esposas para actualizar su propuesta de modelo social con voluntad de lograr apoyos mayoritarios es perfectamente posible. Basta con ser valiente para hacerlo.

El tiempo, aunque varios años después (en medio vivimos la llegada con fuerza y ​​el triunfo momentáneo de los populismos, sobre todo de los nacionalpopulismos, con el Brexit y las victorias de Trump y Bolsonaro entre otros), dio sin lugar a dudas la razón en Ludolfo Paramio. La indiscutiblemente exitosa respuesta en términos sanitarios, económicos y sociales a la pandemia de la Covid-19, muy estrechamente ligada tanto al reforzamiento federal de la UE como a la revalorización de las políticas económicas de liderazgo público, dio lugar a un retorno del consenso en torno a un modelo socialdemócrata actualizado con victorias electorales tan significativas como las de la socialdemocracia en Alemania, la de los demócratas en EE.UU. o la del regreso de Lula da Silva a Brasil. El caso de España, donde el crecimiento del PIB y del empleo se da en un marco de contención de la inflación y de reducción sostenida de las desigualdades mediante la extensión del estado del bienestar, es paradigmático de la buena orientación de ese modelo.

Sin embargo, como todo el mundo sabe y el propio Paramio lo vivió, este nuevo consenso socialdemócrata no ha podido consolidarse. Las guerras de Ucrania y Gaza han traído una gran desestabilización económica y geopolítica que ha extendido, pese a los intentos infructuosos por evitarlo de la masa recientemente empoderada UE, la sensación difusa de incertidumbre e inseguridad ante el futuro a millones de ciudadanos y ciudadanas occidentales y de otros muchos países del mundo. Una sensación de que los nacionalpopulismos, esta vez abiertamente aliados con la extrema derecha y arrastrando sin complejos a la derecha tradicional, ha sabido aprovechar para volver inmediatamente a liderar los debates políticos con sus argumentos simplistas y falazes y sus guerras culturales y mediáticas ya obtener logros electorales aún más importantes que justo después de la gran crisis, ante la, de momento al menos, impotencia no sólo de la socialdemocracia (que sólo parece resistir a España y ha vuelto con mucha debilidad a Reino Unido), sino de todos los demócratas convencidos de todas partes.

A pesar de esto que hoy sabemos, releer este relativamente breve, pero muy claro, de Ludolfo Paramio, síntesis de una reflexión de larga duración que expone tesis propias y bien ligadas, sigue siendo perfectamente útil. El socialismo democrático viene de muy lejos y ha demostrado sobradamente su capacidad de ofrecer a los trabajadores y la sociedad en su conjunto propuestas acertadas de transformación progresista a partir de su voluntad de repensarse y adaptarse constantemente a los tiempos que nos toca vivir . El libro de Paramio nos ayuda a hacerlo porque es lo que él hace en un contexto todavía muy cercano.

C.M.J.

Ludolfo Paramio Rodrigo nació en Madrid en 1948, ciudad en la que murió el pasado mes de junio de 2024. Licenciado y doctor en Ciencias Físicas, su trabajo en la metodología de las ciencias le llevó progresivamente hacia la sociología, convirtiéndose finalmente en profesor de esta materia en la UCM y en la UAM. Sus últimos años académicos fueron sin embargo en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.

En paralelo desarrolló una intensa labor política que le llevó a militar en el PSOE a partir de 1982. Fue miembro de la Comisión Ejecutiva Federal (secretario de Formación, entre otros), director y también presidente de la Fundación Pablo Iglesias, presidente durante 16 años de la Escuela de Formación Jaime Vera y director de las revistas socialistas Letra Internacional y Zona Abierta. También fue, del 2004 al 2008, director de Análisis y Estudios del Gabinete de la Presidencia durante el primer mandato del presidente JL Rodríguez Zapatero.

Autor de muchos textos académicos, también escribió numerosos textos políticos, muchos de ellos de voluntad divulgativa.