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“Civis sum”. Luís Miguel Guerra

22 maig 2023

"Civis sum". Luís Miguel Guerra
Luís Miguel Guerra es novelista, historiador, profesor y secretario de Formación del PSC de Barcelona. También es miembro del Comité de Redacción de l’Endavant!

Además de la vorágine electoral en la que estamos inmersos suceden más cosas y dos noticias han llamado mi atención. Por un lado el elevado porcentaje de jóvenes que afirman que no existe la violencia de género y, por otro, la atracción que muchos de ellos sienten por la extrema derecha. ¿Dónde radica el problema? Porque es evidente que algo va mal en la época de más información y de mayor grado de formación si se minusvalora el sufrimiento o sí seducen ideologías que, entre otras cosas, deterioran seriamente la democracia y abogan por tipos de autoritarismo.

Y en ese, llamémosle fallo, la escuela, como punto común tarde o temprano será señalada como responsable o, como mínimo con algún grado en ello. Da igual que en las casas haya diferentes fuentes de información y que los progenitores tengan más formación, mucha más, de la que tuvieron los padres de mí, por ejemplo, generación y, por lo tanto, mucho más influencia. Por no hablar de ese nuevo mundo de contactos que son las redes y que han multiplicado por cien lo que se llamaban las buenas y malas compañías. Tus dos, o tres o cuatro horas semanales con el alumnado parecen ser determinantes. Pero como profesional de la educación asumo el reto y también asumo lo que de culpa podamos tener por que una cosa es cierta, nunca sabes que influencia puedes tener al margen de la meramente formativa, pero la tienes. Y aunque nuestra labor se debe a unos objetivos académicos mal hará el que no se de cuenta que estamos trabajando con personas con las que intercambiamos muchas cosas en el ámbito del aula.

¿Es posible detectar en una clase determinadas actitudes o tendencias? Lo que está claro es que fácil no es. Siempre he creído que la escuela tiene una responsabilidad no sólo en cuestiones académicas y profesionales sino en muchas más que tienen que ver, entre otras, con lo que Hanna Arendt llamó la banalidad del mal, la trivialización de la violencia de todo tipo. Obviamente tenemos que enseñar muchas cosas desde matemáticas a Historia, pasando por idiomas y Geografía… Tenemos la responsabilidad de formar personas y también ciudadanía. Y eso es un grave déficit que corregido creo que podría evitar muchas cuestiones indeseables en el bien entendido que no existen fórmulas mágicas.

Siempre me ha preocupado que no existe en nuestro sistema ninguna formación de este tipo más allá de las que en determinadas asignaturas pueda surgir, como Historia y Filosofía, sobre política y ciudadanía. Nuestros jóvenes llegan faltos de cualquier información escolar sobre estos asuntos. Se da por sentado que cuando cumplen 18 años por ciencia infusa ya se convierten en ciudadanía de pleno derecho, que conocen las instituciones, el valor de la democracia, que la separación de poderes no es una mera línea que se aprende de memoria para recitarla, que conocen lo que son los partidos y sus líneas políticas… Pues no es verdad. Siempre hay alguno o alguna que por esa influencia familiar puede saber algo o estar vinculado a algo, pero la mayoría son ajenos totalmente a esas cuestiones y sólo recurren a los lugares comunes sobre política y políticos que no son precisamente positivos.

Y no porque no se haya intentado, recordemos la “Formación para la ciudadanía”. Fue denostada, calumniada, señalada como alienadora y adoctrinadora por una derecha desaforada y por asociaciones de padres vinculadas a instituciones escolares del integrismo católico. Antes, una asignatura llamada ética, más vinculada al civismo, que se calificó de “maría” para sustituir a la religión.

En resumen, el principal instrumento que tenemos para igualar y ofrecer las mismas oportunidades resulta que nada tiene que ver con la formación ciudadana, con la convivencia, con el respeto a las instituciones, a la democracia, al diferente y al igual más allá de lo que un profesorado voluntariosos pueda hacer. El “zoon politikon”, el animal político de Aristóteles, relegado a la Wikipedia. La educación política no es educación.

La nueva reforma educativa trata de paliar ese déficit, pero con un cierto complejo de no llamar a las cosas por su nombre, seguramente por temor a lo que sucedió en su día con la asignatura de ciudadanía antes citada. Pero da igual, la derecha en tromba ya ha dicho que en cuanto llegue la derogará por lo tanto ¿para qué andar con medias tintas?  

Quizás una intervención temprana y a lo largo de toda la formación que impregnase el modelo educativo no convirtiéndola en un compartimiento estanco ni teniendo que cumplir unos objetivos en el sentido académico de la palabra. Que los derechos existen sin distinción desde que uno nace, que nadie puede transgredir el límite que impida la felicidad a los demás, que la violencia, sea como sea no es trivial y que eso produce dolor. El respeto a la ley democrática, el mantenimiento de un sistema de convivencia que garantice el bienestar de la ciudadanía… No sé si se evitaría esa opinión sobre la violencia de género, la posibilidad de abrazar ideologías antidemocráticas o el mismo acoso escolar. Lo que estás claro es que si nada se hace, no sucede nada.

Finalizaré citando un episodio muy antiguo de los Hechos de los apóstoles. En el siglo I dC. Pablo de Tarso, san Pablo, fue capturado e iba a ser azotado y torturado cuando dijo al centurión presente, “civis romanus sum” “soy ciudadano romano”. En ese momento todo se detuvo, ningún ciudadano romano podía ser encarcelado sin juicio. Llegó el tribuno y dice el escrito que sintió miedo por lo que habían hecho, transgredir la ley y el derecho que todo romano tenía a un juicio justo. No era una fórmula mágica era el derecho que evitaba el abuso y la arbitrariedad. Ojalá les enseñásemos a decir y llenar de contenido desde muy pronto ese “Civis sum”